Cuidar un final es como cerrar un libro que amas, uno que deja sus palabras pegadas a los dedos. No importa si lo lees hasta el último punto o si decides dejarlo a mitad de capítulo porque el peso de sus páginas ya no cabe en tus manos.
El cuidado no está en cómo termina, sino en cómo lo sueltas. Hay finales que se rompen como un cristal al caer, y hay otros que se deshilachan suave, como un hilo que se despide del telar.
Cuidar un final es reconocer que hasta lo más hermoso puede dejar cicatrices, y que eso no lo hace menos valioso. Es saber que una puerta puede cerrarse despacio, sin golpear, incluso cuando el viento empuja. Es dejar que la historia quede en su lugar, sin arrancar las páginas ni pintar de blanco lo que ya fue escrito. Es permitir que lo vivido respire en su justa medida: ni glorificarlo, ni quemarlo. Dejarlo ser un eco que no atormenta, pero tampoco se pierde.
Un vínculo que termina puede sentirse como una tormenta que desgarra las ramas o como un otoño que las desnuda para que vuelvan a nacer. Ambas cosas son verdad. Ambas cosas duelen. Y ambas cosas, si las dejamos, tienen belleza.
Cuidar un final es mirar a los ojos lo que se desvanece y, en lugar de negarlo, agradecer lo que fue. Incluso lo que dolió, incluso lo que no entendimos. Es decir: “te vi”, aunque ahora cierres los párpados.
Es un acto de amor, pero no de ese amor que se exige como prueba. Es un amor que no busca perdurar, que simplemente se despide porque sabe que no puede quedarse.
Tal vez cuidar un final sea también un acto de coraje. Porque quedarse en lo conocido es fácil, incluso cuando el peso ya no es sostenible. Pero soltar, soltar de verdad, implica aceptar que hay partes nuestras que se van con lo que dejamos ir.
Los finales son umbrales. Detrás de ellos no siempre hay claridad, ni alivio inmediato. Pero cuidarlos es asegurarnos de cruzarlos sin arrancarnos la piel en el proceso. Es aprender a dejar la puerta entreabierta, por si un día el viento trae algo de vuelta, aunque ya no sea lo mismo.
Los vínculos, como los ríos, cambian de curso. Algunos desembocan juntos en el mar; otros se bifurcan sin aviso, dejando atrás la corriente compartida. Pero el agua sigue, y nosotros también. Cuidar el final no es detener el flujo, sino honrar lo que alguna vez fue un cauce en el que aprendimos a nadar.
Cin.
Cuidar los finales es tan importante para continuar en armonía con tu sentir. Cuando la otra parte de la historia que finaliza no lo permite es más complicado y nos lleva a un autoconocimiento mayor. Gracias a esas personas que cuidan sus finales y gracias a ti por mostrar de una manera tan sencilla y hermosa tu sentir.